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Por Ramon Bassas .
Confieso que también lo hago, a veces, cuando voy a misa. Si en la plegaria universal imputan los efectos del capitalismo desbocado miro el financiero que su unos bancos más adelante. Si aún resuenan en mí algunas prédicas (siempre a los medios, por cierto) contra la homosexualidad u otras situaciones personales 'no canónicas', me miro una pareja de gays que siempre me encuentro a misa o, de reojo, veo que entra aquella señora que todo el mundo sabe que es (o era) adúltera. Y caigo en la tentación de asociar algún versículo, a veces estos del Antiguo Testamento tan bestias, a algunas personas que me han hecho daño y comparten la misma comunión conmigo ante mis narices.

Supongo que la primera sensación que tengo, de hecho, es de consuelo. Yo, que no soy perfecto, ni mucho menos, que si me hubieran de pasar por el tamiz del derecho canónico o del magisterio seguiría el camino de los herejes y que, sobre todo, no puedo tirar hacia primera piedra, me consuela saber que no soy el único. La segunda sensación es un poco humorística, en la línea de lo que explicaba Marta Nin a CatalunyaReligió [aquí] sobre el modo itailana de ser católico. Ciertamente, prefiero una Iglesia hipócrita que una que condene, entre otras cosas porque quedarían cuatro gatos. Pero no es menos cierto que, al igual que se ha producido un acercamiento a determinadas versiones del cristianismo (los lebevrianos, los anglicanos, etc ...), ¿sería tan extraño flexibilizar también de iure lo que lo es de facto en cuanto al respeto a determinadas situaciones personales?

Lo tercero que me viene a la cabeza, así, es eso, un gran agradecimiento a la Iglesia que conozco, al menos la catalana. Contra lo que algunos sectores le critican (bien por demasiado permisiva o por poco) nunca he vivido una actitud de reprobación a personas por sus condiciones sexuales o matrimoniales que tantos ríos de tinta hacen correr, más bien lo contrario. Tampoco por sus hazañas económicas, también es cierto. Quizá es por una cuestión, digamos, de tacto o de no meterse en líos ... Pero me gustaría piensar que, sencillamente, se trata de seguir algunas de las actitudes de Jesús, sobre todo con las mujeres, en las que prima su libertad, valora su capacidad y rechaza toda condena y ni siquiera las aconseja demasiado. Una samaritana que vuelve con la sensación de una nueva agua y ningún escarnio hacia su situación personal. Una adúltera devuelta a la dignidad de mujer por encima de sus agresores ... o de su propio adulterio. Una joven que derrama amorosamente perfume sobre sus pies y nadie le pregunta ya nunca más por el precio. Una discípula como María Magdalena. Esto debería ser nuestra Iglesia. También en referencia al papel clave de la mujer en estos tres pasajes evangélicos.
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[Ilustración: Guercino, Jesús y la samaritana en el pozo (1640-1641), Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.]

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