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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Los titulares de la prensa publicaron la noticia a mediados de diciembre. Los científicos del CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) aseguraron que hay indicios de la existencia del bosón de Higgs, conocido por la partícula de Dios, que rastrean con ayuda del acelerador de partículas LHC. Su hallazgo permitiría explicar la formación del Universo. Tarea apasionante, pero parcial.

Investigadores y científicos buscan afanosamente la partícula de Dios. Creyentes y místicos persiguen con perseverancia al Dios de la partícula. Son dos caminos de búsqueda. No creo que haya que contraponerlos, sino integrarlos. Ciencia y fe en diálogo permanente, unidos por puentes sólidos de doble sentido. La desconfianza y la descalificación mutuas no conducen a ninguna parte. La verdad de la fe no puede temer la verdad científica. Otra cosa distinta será el uso ético de los hallazgos o el camino para obtenerlos. La verdad científica, por otra parte, no tiene por qué temer la verdad de la fe. Cada uno, consciente de sus límites, puede proseguir la búsqueda sin descanso. Los prejuicios, provengan de donde provengan, dificultan la misión y entorpecen los hallazgos.
Resulta interesante destacar que la clave de la grandeza de la creación así como del mismo Creador está en la pequeñez y en la nimiedad. Se afirma que el bosón de Higgs posee una masa próxima a los 125 gigaelectrovoltios, una medida física para cantidades ínfimas. Los místicos, como san Juan de la Cruz, reflejan el ansia de la búsqueda. Describe en los primeros versos del Cántico Espiritual esta situación: “¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?”. La presencia de Dios se rastrea en la naturaleza: “Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, e, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura”; en las personas: “Y todos cuantos vagan de ti me van mil gracias refiriendo, y todos más me llagan, y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo”; en la propia biografía del místico y del creyente: “¡Ay, quién podrá sanarme! Acaba de entregarte ya de vero”.
El avance científico destruye el concepto utilitarista de Dios, tarea deseable y sanadora. Si situamos a Dios en la esfera del poder y de la utilidad, cuanta más capacidad tenga el hombre disminuirá su recurso a Dios. Ahora puede hacer por sí mismo lo que antes pedía a Dios. De este modo, todo avance científico representa un retroceso de Dios. El significado más profundo de Dios se encuentra en la esfera del sentido. Ningún progreso humano, por más maravilloso que sea, puede disminuir el sentido de la presencia y del amor de Dios. En todo caso, lo potencia. La relación entre padres e hijos sigue teniendo sentido y valor a pesar de que los hijos se conviertan en adultos. Se modifican los quehaceres, pero el amor y el sentido se mantienen, más aún, al madurar se purifican y ganan en quilates.
Los científicos cristianos tienen una doble tarea. Como investigadores, buscar la verdad de la ciencia apasionadamente, hasta el límite de la ética, sin traspasarlo. Como cristianos, mostrar socialmente la fecundidad del diálogo entre ciencia y fe, cuyas verdades no pueden contraponerse. Libertad para investigar, sin prejuicios que coarten. Humildad ante la tarea para no otorgarse las prerrogativas de ponerse por encima del bien y del mal. Los creyentes y místicos, con convicciones, pero sin dogmatismos. Unos y otros rastreando desde ópticas distintas la partícula de Dios y el Dios de la partícula. Apasionante.
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